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jueves, 23 de diciembre de 2010

NADA ES LO QUE PARECE


Aquí en la residencia, a mi pesar, todos los días son iguales.
Todos los minutos que conozco me saludan con segundos similares y escasean los momentos álgidos o agridulces.Los acordes de nuestras melodías suenan siempre igual, no existe ni una sóla tonalidad fuera de contexto, ni una sóla emoción aventurera que quiera explorar nuevos mundos.
Aún así, reconozco que dentro de estas cuatro paredes insípidas, me siento extremadamente seguro.Mi vida es cómoda y llevadera, tengo las horas perfectamente cronometradas y plenas de actividad .De este modo, no me paro a pensar en nada.
El lugar , aunque sus muros son antiguos, está totalmente reformado sin perder el contexto rancio y oxidado que engloba todo el ambiente.Aquí vivimos personas con muchos años encima, muchos recuerdos arrugados y el olor a nectalina que exhala nuestra piel , simbiotiza perfectamente con el ambiente que nos rodea;romántico y empolvado con bucólicas sensaciones del ayer.
Un hedor a polvos de talco, almizcle y arroz recién cocido, perfuma las estancias más concurridas. Es una especie de alquimia aromática , evocando los viejos perfumes femeninos de los años cuarenta.
En general, el lugar es cálido y todos somos iguales.Nadie es más que nadie y todos tenemos la misma voz anodina.
Todos los seres que habitamos aquí , a pesar de tener las entrañas magulladas por los años, hemos alcanzado una sabiduría más allá de lo meramente convenccional y como buenos anfitriones, esperamos la llegada de nuestra invitada la muerte con dignidad y aplomo.
En realidad, a veces pienso que ya vivimos más en espíritu que con nuestro cuerpo material, que por los años, ya carece de sensaciones vivas.Ya se sabe, de emociones de juventud.
En un mundo interno aminalado, desarraigado de pasiones intensas, cuando ya das todo por ganado porque ya no tienes nada que perder;es díficil explayar una sonrisa con auténtica alegría de vivir;una leve mueca que busca su lugar en el rostro; es suficiente.
Pasaban las horas con ociosa lentitud. Estaba cansado de tener que soportar la burla del tiempo que se mofaba de mis ochenta años, pero.....esa tarde: fue distinta.
Ella era preciosa.Ni un cisne en un lago de aguas cristalinas podía reflejar con tanta exactitud , la
gracilidad y elegancia de su figura.
Sentada , mirando el jardín, ese paisaje monótono que tantas veces quise borrar, parecía una flor confundida entre la naturaleza.
Me acerqué sigilosamente hacia ella y sentí el repiquetear de una campana en mi corazón.
Quizás fué el marcapasos, no sé...pero sentí que quería estar toda mi vida a su lado.
Por un momento, volvió mi juventud, con sus deseos y delirios, con sus anhelos de príncipe perdido en su propia leyenda de amor.
Decidí sentarme a su lado y, a pesar, de su piel plegada por los años, su mirada de niña desvalida, me cautivó.
Quise protegerla, e inconscientemente, pedí a la muerte que me concediera una tregua para poder pasar más años a su lado.
Mi sentimiento no cedía ante mi cordura y en un momento de ensueño nuestras miradas se cruzaron en profundidad.
Nada existía a mi alrededor y todo mi mundo se redujo a ella.Nada era verdadero.....
Sólo una frase hiératica y congelada pudo despertar mi nuevo mundo de sensaciones
.La auxiliar de comedor, acercándose a nosotos con actitud altiva y determinación, repitío por dos veces consecutivas:
-Señor y señora Martinez, la cena está ya servida, pasen al comedor.
En ese momento un grito silencioso brotó de mi alma. Posiblemente; nada era verdad.
(Pintura de Marc Chagall)



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